La educación infantil está atravesando una transformación acelerada gracias a la llegada de nuevas tecnologías, y la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en una de las más disruptivas. Para educadores y padres, entender cómo esta tecnología afecta el aprendizaje durante los primeros años de vida resulta crucial. Un estudio internacional publicado recientemente por la UNESCO y el Instituto de Estadística de la OCDE señala tanto las oportunidades como los riesgos de la IA en este contexto tan sensible. En este artículo exploraremos los beneficios que ya están ayudando en las aulas, los riesgos que se deben gestionar cuidadosamente y los desafíos que aún deben superarse para garantizar un desarrollo saludable de la infancia a través de la IA.

Uno de los beneficios más evidentes del uso de IA en la educación infantil es la capacidad de adaptar los contenidos a las necesidades individuales de cada niño o niña. Plataformas educativas inteligentes son capaces de realizar evaluaciones formativas en tiempo real, ajustar el nivel de dificultad y ofrecer ejercicios personalizados según el ritmo del menor. Esta capacidad ha dado paso a un aprendizaje personalizado, que permite que cada infante avance a su propio ritmo sin sentirse frustrado o desmotivado.
Estas herramientas de IA pueden incluso identificar patrones de aprendizaje atípicos o indicios tempranos de dificultades cognitivas, ayudando a los docentes a intervenir de manera preventiva. Un ejemplo claro proviene del sistema Squirrel AI utilizado en China, que ha mostrado mejoras notables en la comprensión lectora y habilidades matemáticas de niños en etapa preescolar.
La inteligencia artificial no busca sustituir al docente, sino potenciar su labor con herramientas de asistencia automatizada. Por ejemplo, existen programas que corrigen automáticamente las tareas, generan informes de progreso, sugieren estrategias pedagógicas y hasta crean materiales adaptados a los perfiles de los estudiantes. Esta asistencia libera tiempo valioso para los educadores, permitiéndoles enfocarse en lo que mejor hacen: interactuar con sus alumnos y fomentar un entorno emocionalmente seguro.
Extensiones más sofisticadas incluso ayudan a la planificación curricular, detectan brechas de contenido y ofrecen ajustes en tiempo real, lo que puede resultar en una mejora significativa de la calidad pedagógica. Esta transformación no solo aumenta la eficacia en el aula, sino que refuerza la toma de decisiones pedagógicas basadas en datos.
Lejos de lo que podría pensarse, el uso controlado de la IA en la infancia no limita la imaginación, sino que la potencia cuando es bien dirigida. Juegos educativos basados en IA pueden incluir componentes de resolución de problemas, desafíos lógicos, o incluso narrativas interactivas personalizadas que fomentan la participación activa del menor. Además, el contacto temprano con tecnologías inteligentes permite que los niños desarrollen habilidades tempranas asociadas al pensamiento computacional, muy relacionadas con las denominadas habilidades del siglo XXI.
Esto abre las puertas a un modelo educativo donde el niño no es solo receptor de información, sino protagonista de su propio proceso de aprendizaje. La IA, en estos casos, funciona como un catalizador que promueve la exploración activa y el autoaprendizaje.
Sin embargo, no todo es positivo. El propio informe de la UNESCO advierte sobre múltiples riesgos que podrían surgir si el uso de IA no es regulado y supervisado adecuadamente, especialmente durante los primeros años de desarrollo cognitivo y emocional. Entre los peligros más relevantes destacan la recolección y uso indebido de datos personales de menores, el sesgo algorítmico y la dependencia temprana de dispositivos.
El tratamiento de datos, por ejemplo, representa una amenaza considerable. Muchos sistemas de IA requieren información sobre el comportamiento, el rendimiento e incluso las emociones de los estudiantes. Estos datos deben ser protegidos bajo estrictas legislaciones de privacidad, ya que su mal uso podría tener consecuencias a largo plazo.
Además, existe la preocupación de que una excesiva exposición a tecnologías guiadas por IA pueda disminuir las interacciones sociales entre niños, algo crucial en la construcción de competencias socioemocionales. El riesgo de reemplazar actividades lúdicas y experiencias sensoriales reales con entornos digitales debe ser gestionado con cautela, ya que el desarrollo integral en la infancia depende fundamentalmente del contacto humano y de la experimentación corporal.
Un aspecto aún poco explorado pero importante es el sesgo que los algoritmos pueden introducir en la experiencia educativa. Si una plataforma de IA ha sido entrenada con datos no representativos de distintas realidades culturales o socioeconómicas, podría ofrecer respuestas o soluciones inapropiadas o excluyentes. Esto es especialmente preocupante en sistemas aplicados desde edades tempranas, cuando la identidad, el lenguaje y los valores están aún en formación.
Ya se han documentado casos en los que sistemas automatizados ofrecían contenidos menos desafiantes a niños de ciertos orígenes culturales debido a patrones preidentificados, perpetuando resultados desiguales sin intención humana directa. Este tipo de problemas subraya la necesidad de mecanismos de evaluación ética y pedagógica, así como de una supervisión constante por parte de adultos.
El estudio internacional identifica varios retos estructurales que deben ser abordados para incluir la IA en las aulas de educación infantil de manera equitativa, segura y efectiva:
- Formación docente especializada: Muchos maestros y maestras no cuentan todavía con conocimientos suficientes sobre cómo funcionan estas tecnologías, cómo interpretarlas ni cómo integrarlas de forma significativa al currículo.
- Diseño de políticas públicas claras: Es necesario establecer marcos legislativos que regulen el uso de IA en contextos donde hay menores involucrados, con protocolos explícitos sobre privacidad, consentimiento y monitoreo.
- Desigualdad en el acceso: Las brechas de conectividad y acceso a infraestructuras tecnológicas siguen siendo un problema global, especialmente en zonas rurales o marginalizadas, lo cual podría aumentar las desigualdades en lugar de reducirlas.
- Ética y participación de familias: La implementación de IA debe hacerse en diálogo con los principales actores involucrados en la crianza del niño: maestros y padres. Garantizar su participación en la toma de decisiones promoverá un uso más responsable.
La incorporación de inteligencia artificial en la educación infantil no es una pregunta de si ocurrirá, sino de cómo debe hacerse. Tal como lo afirman los expertos del Informe de la OCDE sobre IA en educación, estamos ante un cambio que tiene enorme potencial transformador si se gestiona con responsabilidad.
Los países que están a la vanguardia en este campo —como Corea del Sur, Finlandia o Canadá— no solo están invirtiendo en plataformas tecnológicas, sino también en investigación científica, capacitación docente y desarrollo ético. En América Latina, iniciativas incipientes en México y Colombia ya han demostrado que el entusiasmo puede canalizarse con impacto positivo si se hace de forma colaborativa entre instituciones educativas, tecnológicas y gobiernos.
La IA no debe ser introducida en el aula infantil como un fin en sí mismo, sino como una herramienta poderosa al servicio de un propósito mayor: mejorar la calidad educativa, garantizar la inclusión, proteger el bienestar emocional y potenciar el desarrollo cognitivo. Para lograrlo, es indispensable no perder de vista que quienes aprenden no son usuarios estándar, sino personas en pleno crecimiento, con derechos, particularidades y un altísimo potencial.
El debate ya no consiste en temer o aceptar la IA, sino en diseñar un marco sólido que nos permita aprovecharla y gobernarla al servicio de una niñez feliz, ética y empoderada. La educación infantil merece, quizás más que ningún otro nivel, un abordaje cuidadoso, reflexivo y profundamente humano cuando se trata de innovación tecnológica.